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La Conquista y sus consecuencias

El arqueólogo y antropólogo Eduardo Matos Moctezuma analiza las estrategias y los procesos de conquista de México desde 1521 hasta nuestros días, así como algunos símbolos importantes de la nación: el águila sobre el nopal o el hallazgo de la Coatlicue y la Piedra del Sol. Sirva este ensayo para recordar, que no celebrar, un episodio fundamental de nuestra historia: la Conquista, a 500 años de la caída de Tenochtitlan y Tlatelolco.

13 de agosto de 1521. Tras 75 días de asedio a las ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco, estas sucumbieron al ataque coordinado de las huestes de Hernán Cortés y sus miles de aliados indígenas enemigos del imperio tenochca. A partir de aquel momento se va a dar un cambio fundamental con el inicio de lo que se denominará Nueva España, en donde prevalecerá un orden diferente al que se venía dando desde tres mil años atrás, cuando en Mesoamérica se daba paso a la existencia de sociedades complejas en un largo proceso de desarrollo que se remonta hasta la presencia de los primeros habitantes dedicados a la caza, la recolección y la pesca en lo que hoy es México, hará cosa de veinte mil años. El nuevo orden va a impactar de manera determinante en la economía, las relaciones sociales, la política, la religión y en otros componentes de la sociedad indígena.

Asalto al teocalli por Cortés y sus tropas de Emanuel Leutze, óleo sobre tela, 1848. Wadsworth Atheneum, Hartford, Connecticut.

“A la fuerza militar se va a unir el aparato religioso que la Iglesia pone en marcha para llevar a cabo la conquista espiritual”.

 

En lo que a la conquista militar se refiere, tras el triunfo sobre los mexicas faltaba aún la conquista de numerosas regiones. Se había logrado doblegar la sede del imperio, pero el vasto territorio mesoamericano y el norte de México estaban aún por ser conquistados. A la fuerza militar se va a unir el aparato religioso que la Iglesia pone en marcha para llevar a cabo la conquista espiritual. Tampoco fue tarea fácil. Para su imposición, los frailes se enfrentan al pensamiento y las costumbres de los pueblos recién sometidos. Y para entablar un trato directo con los recién conquistados, aprenden en no pocos casos las lenguas vernáculas. De esta manera, logran penetrar en las ideas y costumbres de los diferentes grupos sojuzgados, en lo que será una empresa más ardua aún de lo que fue la guerra de conquista. Así, la espada y la cruz jugarán un papel fundamental que comienza a operar de manera sistemática. En el caso de la última, se recurre a los atrios o grandes plazas frente a iglesias y conventos para congregar a los indígenas, ya que en el mundo prehispánico no se acostumbraba entrar al templo, sino participar en las ceremonias desde esas plazas o espacios abiertos, como lo vemos en Monte Albán, Teotihuacan y muchas otras ciudades antiguas. De esa manera, los recién conquistados asistían a la misa que se celebraba desde las llamadas capillas abiertas, ubicadas en la fachada principal de iglesias y conventos. Otro medio fue llevar a cabo danzas acompañadas de música en las que los danzantes se dividían en dos bandos: los cristianos, por un lado, y los moros, por el otro. Las danzas provenían de España y algunas estaban inspiradas en hechos reales, como el enfrentamiento entre Carlomagno y sus tropas en contra de los moros, el cual dio origen a la conocida Chanson de Roland. En las danzas se escenificaban combates entre uno y otro bando, en los que finalmente salían vencedores los cristianos. Las manifestaciones tuvieron muchas variantes y en América se adaptaron al medio local, de donde tenemos las famosas “danzas de la Conquista”, que aún se representan en México, Guatemala, Perú, Panamá y otros países.

La consagración de los templos paganos y la primera misa en México-Tenochtitlan de José Vivar y Valderrama, óleo sobre tela, siglo XVIII. Museo Nacional de Historia / INAH. Ciudad de México.

Otro medio empleado por los evangelizadores fue una especie de cartillas a manera de códices, en las que se pintaban oraciones como el Credo, el Padrenuestro, etcétera, por las cuales se les explicaba a los indígenas los principios de la fe cristiana. Se conocen como códices testerianos, ya que fray Jacobo de Testera estuvo entre quienes los aplicaron en la tarea evangelizadora. Otro recurso fue la confesión, con la que el fraile se percataba de la manera de pensar de los feligreses. Lo anterior se acompañaba de la destrucción sistemática de templos e imágenes de los antiguos dioses, ya que eran considerados como obras del demonio. No faltaron algunos actos violentos, como fue el caso del auto de fe de Maní, Yucatán, que ocurrió cuando los frailes se percataron de que algunos de sus acólitos seguían practicando antiguas creencias. La reacción no se hizo esperar. De inmediato fueron detenidos y torturados, teniendo mucho que ver en ello el obispo de Yucatán, el franciscano Diego de Landa.

El siglo XVI y parte del XVII fueron los siglos de la conquista tanto militar como espiritual. Sin embargo, los viejos dioses no estaban satisfechos con su destino y se rebelaron… 

Coatlicue, fotografía de Désiré Charnay, circa 1860. Colección Ricardo B. Salinas Pliego.

El retorno de los dioses

13 de agosto de 1790. Las obras emprendidas por el virrey Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo, para emparejar y dotar de desagües a la Plaza Mayor de la Ciudad de México, darán por resultado el hallazgo de varias piezas arqueológicas que marcan el comienzo de nuestra arqueología. El 13 de agosto de aquel año, día que coincide con la toma de Tenochtitlan, se encontró la monumental escultura de la Coatlicue, y pocos meses después, el 17 de diciembre, la Piedra del Sol o Calendario Azteca, con el rostro de Tonatiuh, deidad solar, en el centro de la misma. Era el retorno de los dioses... Si bien se habían descubierto previamente vestigios en Palenque, no se dieron a conocer sino hasta 1822, cuando se publicó una obra de divulgación en inglés. En cambio, el hallazgo de los monolitos mencionados dará paso a la edición del libro Descripción histórica y cronológica de las dos piedras…, cuyo autor fue un sabio novohispano: don Antonio de León y Gama. En él nos brinda los detalles del hallazgo y otras características de los monolitos, obra de escultores anónimos mexicas, quienes labraron las piedras volcánicas en que están elaborados. De igual manera trata de interpretarlos, para lo cual acude a cronistas del siglo XVI que nos dicen mucho de los mexicas. Siempre he considerado que este libro, publicado en 1792, marca el comienzo de los estudios que pretenden penetrar en los arcanos del pasado de aquel pueblo.

Piedra del Sol en el Museo Nacional de México, fotografía de William Henry Jackson, 1883. Colección Ricardo B. Salinas Pliego.

Un dato curioso ocurrió cuando la Piedra del Sol o Calendario Azteca se colocó a la vista pública en la torre poniente de la catedral, en tanto que la Coatlicue se trasladó a la Real y Pontificia Universidad de México. A poco de llegar, se le colocó en un rincón del patio. Por las tardes, acudía gente del pueblo a visitarla llevando cirios encendidos y otros presentes. Razón de ello da el obispo catalán Benito María Moxó y Francolí cuando, en 1805, nos dice:

Los indios, que miran con tan estúpida indiferencia todos los monumentos de las artes europeas, acudían con inquieta curiosidad a contemplar su famosa estatua. Se pensó al principio que no se movían en esto por otro incentivo que por el amor nacional, propio no menos de los pueblos salvajes que de los civilizados, y por la complacencia de contemplar una de las obras más insignes de sus ascendientes, que veían apreciada hasta por los cultos españoles. Sin embargo, se sospechó luego que en sus frecuentes visitas había algún secreto religioso. Fue pues indispensable prohibirles absolutamente la entrada; pero su fanático entusiasmo y su increíble astucia burlaron del todo esta providencia. Espiaban los momentos en que el patio estaba sin gente, en particular por la tarde, cuando al concluirse las lecciones académicas se cierran a una todas las aulas. Entonces, aprovechándose del silencio que reina en la morada de las Musas, salían de sus atalayas e iban apresuradamente a adorar a su diosa Teoyaomiqui. Mil veces, volviendo los bedeles de fuera de casa y atravesando el patio para ir a sus viviendas, sorprendieron a los indios, unos puestos de rodillas, otros postrados […] delante de aquella estatua, y teniendo en las manos velas encendidas o alguna de las varias ofrendas que sus mayores acostumbraban presentar a los ídolos, y este hecho, observado después con mucho cuidado por personas graves y doctas […], obligó a tomar, como hemos dicho, la resolución de meter nuevamente dentro del suelo la expresada estatua.

Las apreciaciones de Moxó dan mucho en qué pensar. Por lo pronto, no están exentas de racismo, pero a la vez nos dan datos relevantes. Como el interés popular por acudir al lugar y que, como señala, podría tener mucho de práctica idolátrica. Sin embargo, llama mi atención que hechos similares no ocurrieran con la Piedra del Sol. Quizá pudiera haber algo de rebeldía al ver que esta era apreciada por los españoles, mientras que la otra se había encerrado en la universidad. No lo sé. Lo que es indudable es que ese apego al pasado se manifiesta de manera impresionante y no deja de ser un curioso preámbulo al movimiento independentista…

27 de septiembre de 1821. Las fuerzas insurgentes al mando de Agustín de Iturbide y de Vicente Guerrero desfilan en la Plaza Mayor o Zócalo de la Ciudad de México, consolidando así el triunfo sobre el ejército español. Nace una nueva república que busca su pasado en las entrañas de la historia y logra encontrarlo en aquel grupo que, procedente de la mítica Aztlán, se asienta en los islotes del lago de Texcoco. Esto ocurrió en el año de 1325, en cuya fecha coinciden varios documentos antiguos que señalan este año como el de la fundación de Tenochtitlan. De inmediato los recién llegados reciben, por mandato de su dios Huitzilopochtli, la orden de asentarse en el sitio donde vean su símbolo: el águila parada sobre el nopal. No menciono que el ave estaba devorando una serpiente, ya que son diversas las versiones que se plantean, y así tenemos, por ejemplo, que la escultura en piedra conocida como Teocalli de la Guerra Sagrada, muestra en su parte posterior el labrado de un águila parada sobre un tunal, que nace de una piedra o corazón en medio del lago. Lo interesante es que del pico del ave surge el atlachinolli, símbolo de la guerra. En la lámina 1 del Códice Mendoza se ve al animal sin nada en el pico. En el Códice Durán tenemos dos versiones: en una el águila devora pájaros y en la otra una serpiente. Como se ve, contamos con varias imágenes; sin embargo, prevaleció la de la serpiente, y aventuro que esto ocurrió porque el ofidio está más apegado a la religión católica. En efecto, el animal es símbolo del mal y del demonio, y en muchas ocasiones la Virgen María aparece parada sobre la serpiente pisándola. Lo interesante del asunto es que el águila va a volar durante la Colonia hasta llegar a posarse en el escudo y bandera nacionales. ¿Cómo ocurrió esto?

Teocalli de la Guerra Sagrada en el Museo Nacional de Antropología, Historia y Etnografía, fotografías de José María Lupercio, Ciudad de México, 1916-1927. Colección Ricardo B. Salinas Pliego.

“Colocar el águila devorando la serpiente en la bandera era la manera de recuperar el pasado destruido por España y encontrar el cordón umbilical que nos une al pasado negado por los peninsulares”.

Al triunfo insurgente surge de inmediato la necesidad de dar a México un símbolo que lo identifique. Se busca entonces relacionar a la naciente república con el pasado prehispánico. Previamente tenemos la bandera que el mismo Iturbide ha pensado con los colores verde, blanco y rojo en bandas diagonales. Poco después se colocan en posición vertical y sobre el color blanco se plasma el águila devorando la serpiente. Era la manera de recuperar el pasado destruido por España y encontrar el cordón umbilical que nos une al pasado negado por los peninsulares. Desde aquel momento vamos a tener esta imagen que había prevalecido desde el mundo prehispánico y que había sido aceptada durante la Colonia (inclusive en conventos se le puede apreciar), para llegar hasta nuestros días como símbolo inequívoco de nuestro país.

“Toda guerra de Conquista es portadora de muerte, dolor y destrucción. Esta no fue la excepción”.

 

 

 

Lámina del Códice Mendoza sobre la fundación de Tenochtitlan por los aztecas en 1325.

Al triunfo insurgente surge de inmediato la necesidad de dar a México un símbolo que lo identifique. Se busca entonces relacionar a la naciente república con el pasado prehispánico. Previamente tenemos la bandera que el mismo Iturbide ha pensado con los colores verde, blanco y rojo en bandas diagonales. Poco después se colocan en posición vertical y sobre el color blanco se plasma el águila devorando la serpiente. Era la manera de recuperar el pasado destruido por España y encontrar el cordón umbilical que nos une al pasado negado por los peninsulares. Desde aquel momento vamos a tener esta imagen que había prevalecido desde el mundo prehispánico y que había sido aceptada durante la Colonia (inclusive en conventos se le puede apreciar), para llegar hasta nuestros días como símbolo inequívoco de nuestro país.

“Toda guerra de Conquista es portadora de muerte, dolor y destrucción. Esta no fue la excepción”.

Lámina del Códice Durán. El águila devora un pájaro, no una serpiente.

13 de agosto de 2021. En esta fecha se conmemoran los 500 años de la caída de las ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco. Toda guerra de Conquista es portadora de muerte, dolor y destrucción. Esta no fue la excepción. Recordar –que no celebrar– estos hechos resulta importante pues son parte de nuestra historia. En este caso, surgió un nuevo orden de cosas que dio paso a una manera de pensar diferente con todas sus consecuencias. Estas efemérides nos llevan a voltear la cara al pasado para desmitificar la historia y acudir a los datos con que se cuente para enriquecerla. No es válido que actualmente se pretenda manipular la historia con fines políticos para tratar de empalmarla con acontecimientos del pasado. Respetemos nuestro pasado con sus partes positivas y negativas, y no inventemos héroes de pies de barro o efemérides falsas que sólo conducen a negar la esencia de nuestra historia.

 

Foto de portada: 
La caída de Tenochtitlan (lienzo 7), anónimo, óleo sobre tela, segunda mitad del siglo XVII. Jay I. Kislak Collection, Rare Book and Special Collections Division, Biblioteca del Congreso, Washington, D. C. 

Cita


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